viernes, 21 de diciembre de 2018
CAJAMARCA DÍA #605 (QUE EL DOLOR NO TE SEA INDIFERENTE)
- ¡Primero lo nuestro, después el resto!
- ¡Qué vayan y solucionen sus problemas!
- ¡Qué maten a su presidente! ¡Qué den golpe de estado!
- ¡Están invadiendo el país! ¡Nos van a dejar sin trabajo! ¡Ya tenemos bastante con nuestros propios problemas!
- ¡Son ladrones! No les ayudes, son aprovechados. ¡Son flojos!
He leído estas y otras frases similares en muchos comentarios de redes sociales. Gente que opina que es tiempo de sacar del país a los miles de inmigrantes que han llegado.
Quien no me conozca lo suficiente quizá espere mi opinión política sobre el tema, pero no. Si la culpa es de este o de aquel, que si los de izquierda o los de derecha, que si la revolución, que si el imperio, que si las grandes conspiraciones mundiales, que si mi país, que si el tuyo, sobre todos esos temas respeto la libertad de cada persona a decidir en que creer. Aunque debo admitir que hay cosas que desde la infancia hasta el día de hoy siguen para mi sin tener sentido alguno. Cosas como el amor a la patria y las fronteras, aquellas líneas imaginarias de las que muchos se sienten tan orgullosos y por las que darían la vida. Este planeta esta lleno de culturas hermosas, de una inmensa variedad de costumbres y formas de ver la vida. ¿Por qué alguna debe ser superior a las demás? ¿Por qué no puedo simplemente celebrar y disfrutar de la belleza de una cultura sin pensar si es de este lado de la tierra o del otro? A fin de cuentas, cuando hablamos de lo nuestro, ¿realmente de qué hablamos?
¿No somos acaso el resultado de miles de años de migración? Como aquella forzada de los esclavos africanos, o aquella "aventurera" de los conquistadores españoles. Y esos españoles, ¿no es la cultura que trajeron el resultado también de la gran influencia árabe durante siglos de invasión?
No sé ustedes, pero cuanto más vueltas le he dado al tema del origen de cada cosa que consideramos propia, más se me desmorona la idea de lo que es "nuestro". Y encuentro como único uso práctico y necesario de las fronteras el permitirme saber exactamente donde está ubicado algo o alguien.
Porque el hambre no tiene nacionalidad, la tristeza, el frío y la soledad ignoran tus posturas políticas. Aquí ya no se trata, de lo que hagan los gobiernos o dejen de hacer. Se trata de mostrar empatía, de ver a otro ser humano bajo el fuerte sol vendiendo unos caramelos y ponerte un momento en su lugar. De seguro agradecerías una botella con agua, un refresco. O ante la mirada perdida y ausente de alguien, detenerte unos minutos y sentarte a su lado, preguntarle como le ha ido, cual es su historia si es que quiere contarla, decirle que con su viaje a demostrado ser valiente. ¿Qué tal desprenderte de algo de dinero, o indicarles donde pueden comer o vivir con menos? ¿Qué tal mirarlos con respeto? Y si te da el corazón, ¿qué tal mirarlos con la admiración que merece quien ha reducido su vida a una o dos maletas y se ha subido a un avión, a un bus o más aun, a quien ha atravesado países enteros a pie? Te aseguro que al final será más lo que recibas que lo que habrás dado. Porque al escuchar a otros, aprendes y eso también es ganancia.
Lo digo porque tras casi dos semanas caminando en el centro de la ciudad donde crecí, he conversado con gente increíble, de edades y orígenes absolutamente distintos. Todos a su modo me han enseñado algo. Aquí algunas historias.
Un niño de 9 años que sin perder la sonrisa me contó que para llegar al país atravesó trochas y cruzó un río amarrado a una cuerda, todo porque no tiene papeles. Que vino con su tía para reencontrarse aquí con su mamá que llegó unos meses antes. Y que ahora espera la llegada de su papá y su hermanita.
Un adolescente de 14 cuya familia solo tenía dinero para sacar del país a dos de sus miembros y lo eligieron a él y a su hermano de poco más de 20. Su padre, que trabaja en una agencia de viajes los llevó hasta la frontera con Colombia. "Ahí nos despedimos de papá y caminamos mes y medio para llegar hasta aquí" me dijo con una sonrisa de medio lado, de esas que vienen empañadas de recuerdos. Ahora vende caramelos, cerca a donde trabaja su hermano. Él no puede buscar trabajo porque es menor de edad, pero no pierde el tiempo. "Mis amigos me preguntan si no me da vergüenza vender caramelos en la calle. Yo les digo que vergüenza me daría robar", me dice con una sonrisa llena de orgullo por saber que su dinero se lo gana con trabajo duro.
Un maestro que escondió sus ahorros vendándose una mano y cruzó a pesar del miedo, zonas donde los traficantes y sus armas desfilan con la normalidad con que uno se pasea por casa.
Un licenciado en Teología, maestro también de griego y latín que por 15 años enseño en un seminario y ahora es un ilegal vendiendo caramelos frente al parque principal de la ciudad. Que a pesar de haber perdido todo, aborda a la gente con tal educación que es inevitable detenerse a comprarle algo.
Una pareja de 22 años con su bebé, a los que me acerqué cerca del mediodía. Llevaba algunas horas y varios kilómetros caminando en un día bastante caluroso. Ellos compartían un vaso de jugo de naranja. Me acerqué, les di algo de dinero y conversamos un rato. Me contaron que iban rumbo a Chile, que llevan más de un mes caminando y no pararían hasta llegar a donde se habían propuesto. Entonces, en plena charla se miraron y él me dijo: ¿desea un poco de nuestro jugo?
Ellos, que cada día al despertar no saben si conseguirán comer algo, o si tendrán donde pasar la siguiente noche estuvieron dispuestos a darme algo de lo poco que tenían. Sonreí mientras trataba de disimular el nudo en mi garganta y les dije que no se preocupen. Aquel gesto de generosidad ha sido uno de los más grandes que he recibido en la vida y es algo que nunca voy a olvidar.
Un señor llamado José, del que solo sé su nombre. Un ser que caminaba ausente, con la mirada mas triste que vi en mi vida. La primera vez que le hablé me alzó la voz y me reclamó que en este país le hayan robado, discriminado e ignorado. "¡No todos somos ladrones! ¡Yo solo quiero trabajar y que mi hijo no tenga que vender caramelos todo el día para tener algo que comer! Vaya y hable con sus compatriotas, esos que me miran como basura. ¡Con ellos hable!." Lo escuché y tras desfogar su dolor como si yo se lo hubiera causado, se fue. Al día siguiente, me lo cruce nuevamente en la calle, le llevé dos tizanas que compré en el puesto de otro inmigrante, una para el y otra para su callado hijo adolescente. Me miró desconcertado, quizá esperaba que yo estuviera ofendida, pero ¿quién no ha desfogado sus frustraciones alguna vez con la persona equivocada? En fin, gracias a él comprobé nuevamente que pocas cosas generan tanta calma como lo hace un acto de bondad. Más tranquilo y con la voz tan quebrada como su corazón se disculpó conmigo y conversamos. Lo escuché, lloré junto a él y le dije que lamentaba no poder hacer más por el que comprarle solo algunos caramelos. "La próxima vez que nos vea, por favor acérquese y hable con nosotros, no se preocupe si no tiene dinero a veces solo hace falta hablar con alguien" me dijo y nos despedimos. Me los encontré una vez mas y el solo preguntar como les había ido y escuchar con atención hizo que por un momento la amargura de su rostro se esfumara. Espero volver a verlos algún día, no sé cómo, dónde o cuándo. No tengo su dirección y el no recordaba su nuevo número telefónico. Pero si me los encontré tres veces en una ciudad no tan pequeña, quien sabe.
Cuento todo esto porque aunque es cierto que han llegado todo tipo de criminales, no podemos generalizar. ¿Qué es un riesgo tratar con extranjeros? No creo que lo sea más que tratar con gente de nuestro mismo país. Un desconocido es un desconocido sin importar su acento o cultura y las precauciones que uno tome (que no está mal ser precavido) no deberían ser motivadas por ninguno de estos aspectos, sino por el simple hecho de que no sabemos mucho de la persona.
¿Te molesta que hayan invadido la ciudad? Pues ya está, ya llegaron y tu fastidio no va a cambiar nada. Puedes seguir quejándote, mirándolos como si supieras muy bien que tipo de personas son y tratándolos como ciudadanos de segunda clase o poner a un lado los prejuicios y sacar a relucir tu humanidad. Así que deja de pensar en el origen de tu prójimo. Olvida por un momento si este comparte tus ideales políticos o religiosos. Escucha lo que tenga que contarte y comparte solo aquello que le sume, unas palabras bondadosas, un mensaje de esperanza, un plato de comida, unas monedas, una sonrisa.
Sí, a veces basta solo una sonrisa.
Eso es todo por hoy.
Nos vemos en el camino.
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