Lo sé, me he pasado demasiado tiempo ausente, con una que otra aparición repentina y fugaz y de pronto regreso, como si nada hubiera pasado. Por eso les iré contando poco a poco, que ha sido mi vida.
El 2014 me fuí a vivir a un pequeño pueblito de 3000 habitantes, donde casi todos se conocen y están emparentados. Estaba a solo 1 hora de casa, eso lo hacía un lugar perfecto para iniciar el proceso de independencia. Podía ir de un extremo a otro del pueblo en 15 minutos y a paso lento. Que les puedo decir, me gusta la belleza que suele esconderse en lo pequeño y sencillo. Por ejemplo los amigos que hice y su generosidad hecha comida, claro indicio de que soy muy delgada y creían poder revertirlo. La señora Doris llenando mi cocina con verduras y frutas de su huerta, como creyendo que debía pagar aquellas tardes en su sala hablando de sus días de juventud. Mayra, tocando mi puerta a las 8 PM con una bolsa enorme de pan integral aun tibio, que ella había preparado y yéndose a las 10 PM, después de hablar de la vida, las penas y la felicidad. Los niños que me visitaban los domingos a las 3 PM para lo que llamábamos la hora de la libertad, aunque en realidad eran como 4 horas (mis favoritas de la semana). Esa tarde se valía decir todo lo que pensaran, desfogar en una guerra de almohadas las frustraciones que arrastraban desde casa, cantar, bailar, saltar y gritar liberándose de esa opresión paterna llena de buenas y equivocadas intenciones, pintar escuchando a todo volumen aquella música “rara” (indiefolk, rock, swing, blues) que les divertía y los hacía olvidar por un rato aquella música mononeuronal tan falta de sustancia que venden las radios y les acorta la infancia con cada letra.
2 comentarios:
No sabes cómo valoro mis almohadas jajaja
Almohada como tal o aquellas cosas que suplieron la misma función, siempre serán valoradas y nunca olvidadas ;)
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